sábado, 29 de diciembre de 2012

Mensaje de Carmelitas Misioneras Teresianas

Hola amigo/a te escribimos para recordarte que como ya viene siendo tradición el Centro de Espiritualidad "Santa Teresa de Jesús" del Desierto de Las Palmas, ofrece un encuentro entre los días del 30 de diciembre al 2 de enero. Se quiere vivir estos días en un ambiente de silencio y oración para despedir al 2012 y dar la bienvenida al 2013.

Ambiente de oración que se combina con momentos de encuentro, de convivencia y diálogo con el fin de pasar estos días como en casa. Para mas información visita nuestro Centro de Espiritualidad en www.ocdaragon-valencia.com/casas/centro-de-espiritualidad

Te esperamos.

jueves, 20 de diciembre de 2012

MUJERES CREYENTES


JOSE ANTONIO PAGOLA
Después de recibir la llamada de Dios, anunciándole que será madre del Mesías, María se pone en camino sola. Empieza para ella una vida nueva, al servicio de su Hijo Jesús. Marcha "aprisa", con decisión. Siente necesidad de compartir su alegría con su prima Isabel y de ponerse cuanto antes a su servicio en los últimos meses de embarazo.

El encuentro de las dos madres es una escena insólita. No están presentes los varones. Solo dos mujeres sencillas, sin ningún título ni relevancia en la religión judía. María, que lleva consigo a todas partes a Jesús, e Isabel que, llena del espíritu profético, se atreve a bendecir a su prima sin ser sacerdote.

María entra en casa de Zacarías, pero no se dirige a él. Va directamente a saludar a Isabel. Nada sabemos del contenido de su saludo. Solo que aquel saludo llena la casa de una alegría desbordante. Es la alegría que vive María desde que escuchó el saludo del Ángel: "Alégrate, llena de gracia".

Isabel no puede contener su sorpresa y su alegría. En cuanto oye el saludo de María, siente los movimientos de la criatura que lleva en su seno y los interpreta maternalmente como "saltos de alegría". Enseguida, bendice a María "a voz en grito" diciendo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre".

En ningún momento llama a María por su nombre. La contempla totalmente identificada con su misión: es la madre de su Señor. La ve como una mujer creyente en la que se irán cumpliendo los designios de Dios: "Dichosa porque has creído".

Lo que más le sorprende es la actuación de María. No ha venido a mostrar su dignidad de madre del Mesías. No está allí para ser servida sino para servir. Isabel no sale de su asombro. "¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?".

Son bastantes las mujeres que no viven con paz en el interior de la Iglesia. En algunas crece el desafecto y el malestar. Sufren al ver que, a pesar de ser las primeras colaboradoras en muchos campos, apenas se cuenta con ellas para pensar, decidir e impulsar la marcha de la Iglesia. Esta situación nos esta haciendo daño a todos.

El peso de una historia multisecular, controlada y dominada por el varón, nos impide tomar conciencia del empobrecimiento que significa para la Iglesia prescindir de una presencia más eficaz de la mujer. Nosotros no las escuchamos, pero Dios puede suscitar mujeres creyentes, llenas de espíritu profético, que nos contagien alegría y den a la Iglesia un rostro más humano. Serán una bendición. Nos enseñarán a seguir a Jesús con más pasión y fidelidad.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

LO RAZONABLE QUE ES CREER

Queridos hermanos y hermanas:

Avanzamos en este Año de la fe, llevando en nuestros corazones la esperanza de redescubrir cuánta alegría hay en creer y encontrar el entusiasmo de comunicar a todos las verdades de la fe. Estas verdades no son un simple mensaje de Dios, una particular información sobre Él. Sino que expresan el acontecimiento del encuentro de Dios con los hombres, encuentro salvífico y liberador, que realiza que las aspiraciones más profundas del hombre, sus anhelos de paz, de fraternidad y de amor.
La fe lleva a descubrir que el encuentro con Dios valoriza, perfecciona y eleva lo que es verdadero, bueno y bello en el hombre. De este modo, se da la circunstancia de que, mientras Dios se revela y se deja conocer, el hombre llega a saber quién es Dios y, conociéndolo, se descubre a sí mismo, su origen y su destino, así como la grandeza y la dignidad de la vida humana.

La fe permite un conocimiento auténtico sobre Dios, que implica a toda la persona humana: se trata de un "saber", un conocimiento que le da sabor a la vida, un nuevo sabor a la existencia, una forma alegre de estar en el mundo. La fe se expresa en el don de sí mismo a los demás, en la fraternidad que nos hace solidarios, capaces de amar, derrotando la soledad que nos hace tristes.
Este conocimiento de Dios mediante la fe, por lo tanto, no es sólo intelectual, sino vital. Es el conocimiento de Dios-Amor, gracias a su mismo amor. Además, el amor de Dios hace ver, abre los ojos, permite conocer toda la realidad, más allá de las estrechas perspectivas del individualismo y del subjetivismo, que desorientan las conciencias. El conocimiento de Dios es, por tanto, la experiencia de la fe, e implica, al mismo tiempo, un camino intelectual y moral: marcados en lo profundo por la presencia del Espíritu de Jesús en nosotros, podemos superar los horizontes de nuestros egoísmos y nos abrimos a los verdaderos valores de la vida.

Hoy, en esta catequesis, quisiera detenerme sobre lo razonable de la fe en Dios. La tradición católica ha rechazado desde el principio el denominado fideísmo, que es la voluntad de creer en contra de la razón. Credo quia absurdum (creo porque es absurdo) es la fórmula que interpreta la fe católica. De hecho, Dios no es absurdo, en todo caso es misterio. El misterio, a su vez, no es irracional, sino sobreabundancia de sentido, de significado y de verdad.
Si contemplando el misterio, la razón ve oscuro, no es porque en el misterio no haya luz, sino más bien porque hay demasiada luz. Al igual que cuando los ojos del hombre se dirigen a mirar directamente al sol y sólo ven tinieblas ¿quién podría decir que el sol no es brillante? Aún más, es la fuente de la luz. La fe le permite ver el "sol" de Dios, porque es acogida de su revelación en la historia y, por así decirlo, recibe verdaderamente toda la luminosidad del misterio de Dios, reconociendo el gran milagro: Dios se ha acercado al hombre y se ha ofrecido a su conocimiento, condescendiendo al límite de la criatura de la razón humana (cf. CONC. CE. IVA. II, Constitución Dogmática. Dei Verbum, 13).

Al mismo tiempo, Dios, con su gracia, ilumina la razón, le abre nuevos horizontes, inconmensurables e infinitos. Por este motivo, la fe es un fuerte incentivo para buscar siempre, sin parar nunca y sin desfallecer, el descubrimiento de la verdad y la realidad inagotable. Es falso el prejuicio de algunos pensadores modernos, que aseveran que la razón humana quedaría como bloqueada por los dogmas de la fe. En realidad, es todo lo contrario, como han demostrado los grandes maestros de la tradición católica.
San Agustín, antes de su conversión, busca con tanta inquietud la verdad, a través de todas las filosofías disponibles y las encuentra todas insatisfactorias. Su fatigosa búsqueda racional es para él una pedagogía significativa para el encuentro con la Verdad de Cristo. Cuando dice, "comprende para creer y cree para comprender" (Discurso 43, 9: PL 38, 258), es como si estuviera contando su propia experiencia de vida.

Ante la revelación divina, el intelecto y la fe no son extraños o antagonistas, sino que ambas son condiciones para comprender su sentido, para recibir su mensaje auténtico, acercándose al umbral del misterio. San Agustín, junto con muchos otros autores cristianos, es testigo de una fe que se ejerce con la razón, que piensa e invita a pensar.
obre esta huella, san Anselmo en su Proslogion dice que la fe católica esfides quaerens intellectum, donde la búsqueda de la inteligencia es un acto interior al creer. Será especialmente Santo Tomás de Aquino –afianzado en esta sólida tradición de lo razonable de la fe– el que se confronta con la razón de los filósofos, mostrando cuánta vitalidad racional nueva y fecunda enriquece el pensamiento humano cuando se insertan los principios y las verdades de la fe cristiana.
La fe católica es, pues, razonable y nutre también confianza en la razón humana. El Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática Dei Filius, afirma que la razón es capaz de conocer con certeza la existencia de Dios por medio del camino de la creación, mientras que sólo pertenece a la fe la posibilidad de conocer "fácilmente, con absoluta certeza y sin error "(DS 3005) la verdad acerca de Dios, a la luz de la gracia. El conocimiento de la fe, además, no va en contra de la recta razón.

El beato Papa Juan Pablo II, de hecho, en la encíclica Fides et ratio, sintetiza así: "La razón humana no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe; éstos en todo caso se alcanzan mediante libre y consciente elección "(n. 43). En el irresistible deseo por la verdad, sólo una relación armoniosa entre la fe y la razón es el camino que conduce a Dios y a la plenitud de sí mismo.
Esta doctrina es fácilmente reconocible en todo el Nuevo Testamento. San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto sostiene: "Mientras los Judíos piden señales y los Griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los Judíos, necedad para los gentiles" (1 Cor 1:22-23).
De hecho, Dios ha salvado al mundo no por un acto de fuerza, sino a través de la humillación de su Hijo único: de acuerdo a los parámetros humanos, el modo inusual dado por Dios contrasta con las exigencias de la sabiduría griega. Y sin embargo, la cruz de Cristo es una razón, que San Pablo llama: ho logos tou staurou, "la palabra de la cruz" (1 Corintios 1:18). Aquí, el término lògos significa tanto razón como palabra y, si alude a la palabra, es porque expresa verbalmente lo que elabora la razón.

Por lo tanto, Pablo ve en la Cruz no un evento irracional, sino un hecho de salvación que tiene su propia racionalidad reconocible a la luz de la fe. Al mismo tiempo, tiene tal confianza en la razón humana, hasta el punto de asombrarse por el hecho de que muchos, incluso viendo la obras realizadas por Dios, se obstinan en no creer en Él: "En efecto –escribe en su carta a los Romanos– las perfecciones invisibles [de Dios], es decir, su eterno poder y divinidad, vienen contemplados y comprendidos por la creación del mundo a través de las obras realizadas por Él "(1,20).
También San Pedro exhorta a los cristianos de la diáspora a adorar "al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a responder a todo el que os pida la razón de la esperanza que hay en vosotros" (1 Pedro 3:15). En un clima de persecución y de fuerte necesidad de dar testimonio de la fe, a los creyentes se les pide que justifiquen con motivaciones fundadas su adhesión a la palabra del Evangelio, de dar la razón de nuestra esperanza.
Sobre esta base, acerca del nexo fecundo entre entender y creer, se funda también la relación virtuosa entre ciencia y fe. La investigación científica conduce al conocimiento de verdades siempre nuevas sobre el hombre y el cosmos. El verdadero bien de la humanidad, accesible en la fe, abre el horizonte en el que se debe mover su camino de descubrimiento.
Por lo tanto, deben fomentarse, por ejemplo, las investigaciones puestas al servicio de la vida y que tienen como objetivo erradicar las enfermedades. También son importantes las investigaciones para descubrir los secretos de nuestro planeta y del universo, a sabiendas de que el hombre está en la cima de la creación, no para explotarla de manera insensata, sino para custodiarla y hacerla habitable.

Así, la fe, vivida realmente, no está en conflicto con la ciencia, más bien coopera con ella, ofreciendo criterios básicos que promuevan el bien de todos, pidiéndole que renuncie sólo a los intentos que –oponiéndose al plan original de Dios– pueden producir efectos que se vuelvan contra el mismo hombre. También por ello es razonable creer: si la ciencia es un aliado valioso de la fe para la comprensión del plan de Dios en el universo, la fe permite al progreso científico realizarse siempre por el bien y la verdad del hombre, fiel a este mismo diseño.
Por eso es crucial para el hombre abrirse a la fe y conocer a Dios y su proyecto de salvación en Jesucristo. En el Evangelio, se inaugura un nuevo humanismo, una verdadera "gramática" del hombre y de toda la realidad. ElCatecismo de la Iglesia Católica afirma: "La verdad de Dios es su sabiduría que sostiene el orden de la creación y el gobierno del mundo. Dios, que "hizo Él solo, el cielo y la tierra" (Sal 115,15), puede dar, Él sólo, el verdadero conocimiento de todo lo creado en la relación con Él "(n. 216).
Confiemos que nuestro compromiso en la evangelización ayude a dar nueva centralidad al Evangelio en la vida de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Oremos para que todos vuelvan a encontrar en Cristo el sentido de la vida y el fundamento de la verdadera libertad: sin Dios, de hecho, el hombre se pierde. Los testimonios de los que nos han precedido y han dedicado su vida al Evangelio, lo confirma para siempre.
Es razonable creer, está en juego nuestra existencia. Vale la pena darse por Cristo, sólo Cristo satisface los deseos de verdad y de bien arraigados en el alma de cada hombre: ahora, en el tiempo que pasa, y en el día sin fin de la bendita eternidad.

Benedicto XVI catequesis del día 21 de noviembre

¿QUE PODEMOS HACER?

JOSE ANTONIO PAGOLA

La predicación del Bautista sacudió la conciencia de muchos. Aquel profeta del desierto les estaba diciendo en voz alta lo que ellos sentían en su corazón: era necesario cambiar, volver a Dios, prepararse para acoger al Mesías. Algunos se acercaron a él con esta pregunta: ¿Qué podemos hacer?

El Bautista tiene las ideas muy claras. No les propone añadir a su vida nuevas prácticas religiosas. No les pide que se queden en el desierto haciendo penitencia. No les habla de nuevos preceptos. Al Mesías hay que acogerlo mirando atentamente a los necesitados.

No se pierde en teorías sublimes ni en motivaciones profundas. De manera directa, en el más puro estilo profético, lo resume todo en una fórmula genial: "El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, que haga lo mismo". Y nosotros, ¿qué podemos hacer para acoger a Cristo en medio de esta sociedad en crisis?

Antes que nada, esforzarnos mucho más en conocer lo que está pasando: la falta de información es la primera causa de nuestra pasividad. Por otra parte, no tolerar la mentira o el encubrimiento de la verdad. Tenemos que conocer, en toda su crudeza, el sufrimiento que se está generando de manera injusta entre nosotros.

No basta vivir a golpes de generosidad. Podemos dar pasos hacia una vida más sobria. Atrevernos a hacer la experiencia de "empobrecernos" poco a poco, recortando nuestro actual nivel de bienestar, para compartir con los más necesitados tantas cosas que tenemos y no necesitamos para vivir.

Podemos estar especialmente atentos a quienes han caído en situaciones graves de exclusión social: desahuciados, privados de la debida atención sanitaria, sin ingresos ni recurso social alguno... Hemos de salir instintivamente en defensa de los que se están hundiendo en la impotencia y la falta de motivación para enfrentarse a su futuro.

Desde las comunidades cristianas podemos desarrollar iniciativas diversas para estar cerca de los casos más sangrantes de desamparo social: conocimiento concreto de situaciones, movilización de personas para no dejar solo a nadie, aportación de recursos materiales, gestión de posibles ayudas...

La crisis va a ser larga. En los próximos años se nos va a ofrecer la oportunidad de humanizar nuestro consumismo alocado, hacernos más sensibles al sufrimiento de las víctimas, crecer en solidaridad práctica, contribuir a denunciar la falta de compasión en la gestión de la crisis... Será nuestra manera de acoger con más verdad a Cristo en nuestras vidas.
Eclesalia.net

martes, 11 de diciembre de 2012

ABRID CAMINOS NUEVOS

JOSE ANTONIO PAGOLA
Los primeros cristianos vieron en la actuación del Bautista al profeta que preparó decisivamente el camino a Jesús. Por eso, a lo largo de los siglos, el Bautista se ha convertido en una llamada que nos sigue urgiendo a preparar caminos que nos permitan acoger a Jesús entre nosotros.
Lucas ha resumido su mensaje con este grito tomado del profeta Isaías: "Preparad el camino del Señor". ¿Cómo escuchar ese grito en la Iglesia de hoy? ¿Cómo abrir caminos para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo podamos encontrarnos con él? ¿Cómo acogerlo en nuestras comunidades?
Lo primero es tomar conciencia de que necesitamos un contacto mucho más vivo con su persona. No es posible alimentarse solo de doctrina religiosa. 
No es posible seguir a un Jesús convertido en una sublime abstracción. Necesitamos sintonizar vitalmente con él, dejarnos atraer por su estilo de vida, contagiarnos de su pasión por Dios y por el ser humano.

En medio del "desierto espiritual" de la sociedad moderna, hemos de entender y configurar la comunidad cristiana como un lugar donde se acoge el Evangelio de Jesús. Vivir la experiencia de reunirnos creyentes, menos creyentes, poco creyentes e, incluso, no creyentes, en torno al relato evangélico de Jesús. Darle a él la oportunidad de que penetre con su fuerza humanizadora en nuestros problemas, crisis, miedos y esperanzas.
No lo hemos de olvidar. En los evangelios no aprendemos doctrina académica sobre Jesús, destinada inevitablemente a envejecer a lo largo de los siglos. Aprendemos un estilo de vivir realizable en todos los tiempos y en todas las culturas: el estilo de vivir de Jesús. La doctrina no toca el corazón, no convierte ni enamora. Jesús sí.

La experiencia directa e inmediata con el relato evangélico nos hace nacer a una fe nueva, no por vía de "adoctrinamiento" o de "aprendizaje teórico", sino por el contacto vital con Jesús. Él nos enseña a vivir la fe, no por obligación sino por atracción. Nos hace vivir la vida cristiana, no como deber sino como contagio. En contacto con el evangelio recuperamos nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús.

Recorriendo los evangelios experimentamos que la presencia invisible y silenciosa del Resucitado adquiere rasgos humanos y recobra voz concreta. De pronto todo cambia: podemos vivir acompañados por Alguien que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. El secreto de la "nueva evangelización" consiste en ponernos en contacto directo e inmediato con Jesús. Sin él no es posible engendrar una fe nueva.
Eclesalia.net

domingo, 2 de diciembre de 2012

ES BUENO CREER EN JESUS

AUTOR: Jose Antonio Pagola
EDITORIAL: San Pablo
PAGINAS: 264
PRECIO:     12, 50€


SINOPSIS: Este libro es una invitación a tener fe en Jesús. 
Es un ensayo de renovación del concepto de evangelización, de reconstrucción de la buena nueva como algo realmente bueno y nuevo. Revisión hecha desde cuatro experiencias básicas vitales de toda persona: el deseo de felicidad, la crisis del sufrimiento, la necesidad de esperanza y la preocupación por la salud y la vejez. Desde esta nueva perspectiva es cuando se puede proclamar que el Dios de Jesús es buena noticia para todos y que es bueno creer en Jesús.