JOSE M. LlOPIS
Mirad, la experiencia del perdón está unida a la experiencia del amor y tiene como cima y cumbre de madurez el sufrimiento. Quien tiene una verdadera experiencia del amor, da la vida, para que no se malogre. Ama hasta el extremo. Contemplemos a Jesús. Toda la estructura de su vida está encuadrada en la experiencia del amor, cuyas coordenadas son:
GRATUIDAD...
COMPASIÓN Y MISERICORDIA...
SERVICIO... CONSTANCIA...
Es este mensaje el que hay que vivir y experimentar, en toda su extensión y profundidad, porque es el único que puede satisfacer los profundos deseos del corazón. Destaco vivir y experimentar en toda su crudeza y realismo; no en su comodidad y vulgar facilidad. Ésta le vendrá por otros derroteros.
La vida de Jesús fue intensa, porque se dejó amar mucho; y fue incómoda, dura, novedosa, con aires de denuncia e interpelación, comunicativa, generosa, sólo, porque estuvo conducida por la fuerza imparable del amor.
Esto experimentado, como nos lo enseña Jesús, es la fuerza que es capaz de sublimar y superar todos los obstáculos que se puedan presentar. Sentirse amado y amar.
A esta experiencia va íntimamente unida la experiencia del sufrimiento. Destaquemos la experiencia del sufrimiento. Es una verdadera experiencia de liberación. El viernes santo, en el relato de la pasión de S. Juan, aparece un Cristo en el que la experiencia de su amor, exaltado y resucitado, está incluso por encima de su sufrimiento.
En S. Juan, cuando contemplamos al Cristo en la cruz, decimos: MIRAD CÓMO NOS AMA. No decimos: MIRAD CÓMO SUFRE. El sufrimiento es la sublimación, cumbre y triunfo del amor. Y es éste, el amor, el amor encarnado, quien vence y facilita, ahora sí, facilita el camino del sufrimiento. La otra alternativa es absurda y crea tristeza en el alma, que es la peor enfermedad que podemos tener en la vida.
El amor, por tanto, es la única arma eficaz que tenemos para restaurar nuestra vida, resituar cada una de nuestras situaciones, colocarnos, elegantemente, ante los hermanos, mirar con delicadeza y acogida nuestros propios sufrimientos y amar y entregarnos a este nuestro mundo, como el mejor de los mundo posibles, sin evasiones ni lamentaciones absurdas.
Y colocarnos en el camino que no tengan las coordenadas del amor, nos conducirá a nuestra propia destrucción. Que la soportaremos sólo por obligación, compromiso externo o por otros intereses inconfesables o evidentes, que no satisfarán nunca nuestra sed de felicidad.
Y en toda esta estructura de amor y sufrimiento ¿Dónde colocamos el perdón? ¿Tiene cabida en su misma esencia o es, más bien, un apéndice del amor?
En nuestra realidad humana, el perdón pertenece a la misma esencia del amor. Yo quisiera ser capaz de expresaros todo lo que es la experiencia del perdón, cuando éste se enmarca en la madurez del amor.
Miremos a Jesús. No nos lo podemos imaginar en la cruz con una actitud culpatoria, exigente, pidiendo responsabilidades, guardando en su interior todo lo que le estaba sucediendo.
Toma la línea del amor: PERDÓNALOS, PADRE, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN. Es la experiencia del amor, llevada hasta el extremo. Es decir: dejar que fluya con claridad la corriente del amor, en medio de la adversidad. Realidad que se dará siempre, dada la estructura esencialmente negativa de la persona humana.
Por ello, podemos decir con toda claridad que, en la vida de cada uno de nosotros, no evolucionará el amor ni llegará a una aceptable madurez, si no lo ha dejado acrisolarse en el hábito del perdón. Y, en ese momento preciso, es cuando la experiencia del perdón se convierte en la más dulce canción del amor. Perdonamos, porque amamos. Y en la dinámica del amor, es imposible no perdonar. Si esto no lo hacemos o nos cuesta en demasía, volvamos atrás y analicemos nuestro amor. Se encuentra débil y enfermo.
Es una verdadera experiencia perdonar y lo es aún más intensa, SENTIRSE PERDONADO. Es fruto del sentirse amado y es como experimentar que todo el peso que tanto nos agobia, se diluye, sin esfuerzo nuestro, para abrir un camino de luz y de esperanza. Es la fuerza del amor divino, que, misteriosa y de una manera imparable, crea ámbitos de libertad, pobreza, suavidad, esperanza, compasión, amor, paz… en un corazón transido por el odio, el rencor o la venganza
No olvidemos, estamos trazando el camino, para que siempre nosotros perdonemos a los demás. Intentaremos, en nuestra vida, que lo que nosotros hemos degustado y experimentado al ser perdonados, llegue, con la misma intensidad a todos los hermanos que nos puedan ofender. Quien no perdona, es porque no ha degustado la experiencia de ser perdonado
Dios manifiesta su paternidad en su misericordia y perdón. Paternidad-maternidad son sinónimos del amor. No existe relación con Dios, si no nos sentimos perdonados. Y no existe madurez de fraternidad, si no hemos pasado por la experiencia de sentirnos perdonados por nuestros hermanos y teniendo un corazón abierto al perdón a los demás.
El corazón duro e insensible al perdón suele ser siempre aquel que tiene un profundo desconocimiento de su propia realidad. No es sensible a las veces que ha necesitado ser perdonado. Su mirada está desenfocada, diluida y viciada.
El camino nos lo traza con claridad Jesús. Setenta veces siete hemos de perdonar. En cuanto le encontremos una excepción al perdón, estaremos destruyendo el amor y privándonos nosotros de una de las experiencias más hermosas, que nuestro Padre Dios ha depositado en nuestro corazón.
Racó de St Francesc
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