martes, 2 de agosto de 2011

CUANDO EL DINERO SE CONVIERTE EN DIOS

JULIO ALONSO AMPUERO  
No sabemos su nombre. Pero conocemos bastantes datos de su vida. Era joven. Y sobre todo tenía una gran rectitud moral y un gran interés por las realidades espirituales.
Probablemente había oído hablar del rabí de Nazaret. Alguien le dijo que estaba cerca, y cuando Jesús se ponía ya en camino corrió a su encuentro.
Más aún, se arrodilló ante Él y fue directo al grano: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» Jesús le enumeró los mandamientos.
Y aquel hombre dijo con sencillez que todo aquello lo había cumplido desde su juventud. Indudablemente era un hombre bueno. Y aspiraba a lo mejor. Según el evangelista Mateo, preguntó de nuevo: «¿Qué me falta?»
Por su parte, el evangelista Marcos nos refiere un gesto conmovedor de Jesús: se le quedó mirando con cariño y probablemente manifestó este afecto con un gesto externo. La invitación que le dirige a continuación es únicamente expresión de este amor personal: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres, y así tendrás un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme».
Pero aquel hombre no esperaba estas palabras. Buscaba, sí, un perfeccionamiento moral y espiritual. Pero aquello… era demasiado. Y no supo disimularlo: puso mala cara y marchó entristecido.
La reacción de este hombre remite –por contraste– a una de las parábolas más expresivas de Jesús: la del hombre que encuentra un tesoro escondido en un campo, y lleno de alegría vende todo lo que tiene y compra el campo aquel (Mt 13,44).
La tragedia de este joven es que teniendo delante el Tesoro ha preferido sus miserables «tesoros» (pues era muy rico). Y se ha perdido la alegría de que nos habla la parábola: marchó entristecido.
Pues Jesús no disimula las renuncias que conlleva el seguirle. Pero su invitación no es para hundir al hombre. Al contrario, todo el que deja casa, hermanos, padres, hacienda… por Cristo recibe ya en este mundo el ciento por uno –aun con persecuciones– y en el mundo venidero vida eterna (Mc 10,28-31).
Lo decisivo es descubrir el verdadero Tesoro y saber invertir. En efecto, se trata de saber invertir en el único «banco» que no quiebra, donde no llegan los ladrones… ni afectan las crisis económicas o financieras (Lc 12,33).
El problema del joven rico es demasiado frecuente: cuánta gente buena y cumplidora que no se atreve a apostar por Cristo, a estar dispuesto a perder todo por Él, como Pablo (Fil 3,8).
Dos personas discutían acerca de la existencia de Dios. En un momento de la conversación, una de ellas tomó un papel y escribió la palabra Dios; luego la cubrió con una moneda. «¿Qué ves?», preguntó a la otra. Era incapaz de descubrir la presencia de Dios, porque su corazón estaba puesto en el dinero.
Es cuestión de sabiduría. Descubrir el verdadero Tesoro. Entonces lo demás nos parecerá «basura», «estiércol», «pérdida» (Fil 3,7ss). Y no costará renunciar a nada. Y tendremos un tesoro en el cielo. Y no nos tocará machar tristes y apesadumbrados como el joven rico. Y experimentaremos que es verdad lo del ciento por uno. Y nos inundará –ya ahora– una alegría nueva, inmensa, desconocida…
(Textos bíblicos: Mc 10,17-22; Mt 19,16-22; Lc 18,18-23)

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