miércoles, 9 de marzo de 2011

LA CUARESMA, TIEMPO DE ESCUCHA

JOSE M. LLOPIS
De nuevo me pongo en contacto con todos vosotros, amigos del Racó, con motivo de la celebración de la cuaresma. Ésta es, sin lugar a dudas, un tiempo de gracia y conversión, que, sintetizamos con la palabra ESCUCHA. De entrada, no olvidemos que la cuaresma es el medio que tenemos para celebrar una gran Pascua, que es su verdadera razón de existir.
Y…le damos importancia a la palabra “escucha”. Ella encierra la verdadera dimensión de nuestra riqueza personal y espiritual. No somos lo que vemos ni lo que oímos.  Maduramos en la medida en que somos capaces de escuchar. La escucha afecta a la intimidad, al corazón, a la constancia, a la eternidad; en definitiva, al amor.
Aquello que resuena en nuestro tabernáculo interior, el sancta sanctorum de cada uno, es lo que cada uno de nosotros vivirá con intensidad. Si es una realidad positiva, creará madurez, paz, acogida; si, en cambio, dejamos paso a dimensiones negativas y malsanas, la consecuencia será heridas en el corazón, que duelen mucho más que una enfermedad. De nosotros depende el colocarnos en una vertiente o en otra.
La llave de ingreso a este recinto la tenemos nosotros. Si no abrimos, no hay nada ni nadie que la pueda franquear. Y no olvidemos, sólo tenemos la llave de ingreso. La salida ya no depende de nosotros. Es espontánea. No hay nadie que pueda disimular constantemente aquello que le resuena y vive en su interior.
¿Qué queremos escuchar en esta cuaresma?
Queremos escuchar la VOZ DE DIOS.  Que resuene en los entresijos profundos del alma. Es el espacio donde debe haber y hay siempre soledad. Es el viaje más apasionante que podemos hacer en la vida. LA LLEVARÉ AL DESIERTO Y LE HABLARÉ AL CORAZÓN. Es la residencia y el locutorio de Dios. Con Él, con Dios, pueden caber otras personas, incluso cosas; Sin Él, sin Dios, no estamos ni nosotros mismos, todo y ser el recinto de nuestra alma.
Escuchar la voz de Dios es entablar un DIÁLOGO CON ÉL. Dios no hace monólogos. Habla para que le respondamos. Y con la misma intensidad y con la misma profundidad. No valen nuestras efímeras e interesadas peticiones. Esto no son respuestas del corazón. Dios quiere el alma, no nuestros intereses, programas, criterios, fracasos, heridas, miedos, caídas; Dios todo esto lo cura, lo sana desde el alma.
Cuando abrimos el alma, entra Dios. El primer efecto de esta entrada es que DEJAMOS DE ESCUCHARNOS. Yo diría más bien de oírnos. ¡Cuánto tiempo perdemos con nuestras propias distracciones! Muchos años pasó S. Francisco oyendo en su interior conciertos de ruidos inútiles, que agobiaban y secaban su alma. Todos desaparecieron, al escuchar la única voz que le convenía: ERA LA DE DIOS.
Con ella vino la claridad, la luz, la verdadera dimensión de sí mismo, la disponibilidad, incluso la respuesta oportuna a la iniciativa de Dios. El camino de Dios siempre es de liberación. Dios no habla en los murmullos de nuestras interesadas distracciones y preocupaciones personales. Dios “es” en el nacimiento de la fuente, donde no hay contaminación, sólo limpieza, intimidad, don, generosidad, paz, amor.
Y…atención…Esto no se queda en nuestro interior. Tiene billete de salida y debe salir. Esta riqueza de la voz de Dios tiene que resonar, y lo hace de una manera especial, en todo el sufrimiento del mundo de hoy. La voz de Dios se hace profundamente eficaz al inmiscuirse en el dolor y angustia de los que nos rodean.
Sólo así, desde Dios y con Dios, el grito de dolor de nuestros hermanos, como una nueva voz de Dios, resonará con toda su fuerza y eficacia en el hondón del alma. Y lo que ahí se escucha, imposible detener y no dar la respuesta oportuna.
El concierto de nuestra vida está integrado, pues, por los siguientes elementos: DIOS, NUESTRA INTIMIDAD, NUESTRA PROPIA LIBERACIÓN Y EL SUFRIMIENTO DE LOS DEMÁS. Ni siquiera cabe el nuestro, lo dejamos abandonado en aquella esquina en la que nos encontramos afortunadamente con el Señor.
Esto es disfrutar, con Dios y desde Dios, aprendiendo, en medio del concierto ruidoso e inarmónico del mundo de hoy, a dar, sin lamentaciones inútiles ni evasiones cobardes, a dar, digo, la respuesta oportuna que desea la paz de tu alma y que nos pide el mundo de hoy.
Si la cuaresma es una escucha, la pascua será el mejor concierto de tu vida.


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