sábado, 9 de abril de 2011

EDUCAR EN VIRTUDES...


¿Sabes cuál es la diferencia entre el barro y la Roca? Al barro, cualquier lluvia lo diluye, cualquier torrente lo lleva por las mil veredas de los caminos, cualquier bache de terreno, lo transforma en un charco; en cambio la roca se mantiene firme ante las tempestades, se levanta como un baluarte después de una tormenta, como un desafío al mar y ante la impetuosidad de las olas. Así son los hombres , flacos o fuertes, como el barro y la roca.

Los primeros nos hablan de las debilidades, de apatías y comodidades, de dejar llevarse por la contrariedad, la tendencia habitual de ir hacia lo más cómodo y de sustituir lo mejor por lo más fácil. Nos hablan de esa inclinación a permanecer a merced de las opiniones ajenas, a dejarse llevar por los sentimientos y las depresiones, permaneciendo estancados, como charcos, frente a cualquier obstáculo.

Los hombres de Roca se mantienen firmes en medio de las dificultades, son fieles a sus principios y objetivos en los ambientes más adversos, no pierden su identidad al enfrentarse a las mareas contrarias de la opinión pública. Las turbulencias de la vida no lo derrumban, sino que reasaltan aún más su fortaleza.

Con razón el evangelio compara la vida de los hombres débiles y de los furtes con aquellos que edifican su casa sobre arena blanda e inconsistentes o sobre la roca, la sólida y segura (Cfr. Mt 7, 23-27). ¿A qué clase de hombres perteneces? ¿qué tipo de hombres y de mujeres estás formando en tus hijos y alumnos: inconsistentes como el barro o sólidos como la roca?
El Hombre es un ser maravilloso, rico de elementos diversos y formado por miles de matices, que requieren atención y adiestramiento adecuados. Cuando está armónicamente equilibrado, estructura una personalidad fuerte; y cuando está imbuido de fe, conforma un hombre o una mujer íntegros, ordenados y rectos. Por el contrario una persona que se deja llevar por sus sentimientos o por sus instintos, sin dejar que la voluntad juegue el papel que le corresponde, internamente es desordenada, sin armonía.

Quizás te estés preguntando, ¿realmente se puede lograr esta armonía en la persona? Yo te respondo: piensa en los grandes hombres que a lo largo de la historia han sido y siguen siendo auténticos guías de sus hermanos. No es necesario remontarse al siglo XV, están a tu lado. Contempla el ejemplo del recordado Juan Pablo II, que a lo largo de sus años de pontificado demostró ser un líder y guía infatigable. Cuando se le vio o escuchó, incluso después de su muerte, es recordado como un verdadero guía y amigo.

Se puede agregar otros nombres a nuestra lista de ejmplos: Madre Teresa de Calcuta, el rey Balduino, Tomás Moro…y ojalá en algunos años veamos escrito el nombre de tu hijo o de tus alumnos.
José Luis Martín Descalzo, en uno de sus famosos libros escribe: “…No es cierto, como muchos piensan, que la dicha puede encontrarse como se encuentra por la calle una moneda o que pueda tocar como una lotería, sino que es algo que se construye, ladrillo a ladrillo, como una casa”.
Nuestro propósito es la toma de conciencia de formar en ellos una personalidad como la de esos grandes hombres y mujeres. Debemos ayudarles a construir una casa sobre roca, integralmente, con inteligencia, voluntad, carácter, sentimientos, conciencia moral y religiosa, y hacerlo de una manera armónica. 
Muchas veces pensamos que el amor a los hijos se demuestra dando todo lo que ellos quieren y hasta más e incluso, se trata de evitar todo sufrimiento “para que sean felices”; pero con esto creamos hombres sin estructura, sin voluntad, sin capacidad de sacrificio. El verdadero amor a los hijos no es ése. El verdadero amor a ellos etá en dejarles lo más grande que poseemos, es darles las herramientas apropiadas para que puedan caminar triunfantes por la vida.

Miguel Ángel Cornejo que un jóven pidió a su padre que lo llevara a conocer la cima de una alta montaña. El padre pensó en los grandes riesgos que esto implicaba y el esfuerzo que costaba, por lo que rentó un helicóptero para llevar a su hijo al volcán. El jóven vió todo el paisaje, pero con poco asombro. Para apreciar mejor la experiencia, debería haber escalado la montaña desde la madrugada, para que, al medio día, después de haber alcanzado la cima sudoroso y agotado, hubiera disfrutado el gozo de alcanzar la cumbre de la montaña con su propio esfuerzo. ¿No nos pasa eso también a nosotros?

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