Hay una serie de dibujos animados sobre el cuerpo humano realmente didáctica. Es llamativo que bastantes personas de la generación de quienes tenemos 30-40 años nos acordemos más de lo que aprendimos en las clases de ciencias viendo esos vídeos, que de lo que ponía en el libro de texto y de la “palabrería” de la profesora. Y es notorio que estamos formando una sociedad que aprende mucho más de lo que observa, de los gestos y las actitudes de los demás, que de las palabras y llamadas de atención.
En esos dibujos unos de los protagonistas son los glóbulos rojos y se ve claramente su misión: repartir el oxígeno por las distintas partes del cuerpo. Se les ve cansados, desanimados y dando tumbos cuando caminan “vacíos”, sin su carga; y cuando llegan a los pulmones aparecen totalmente liberados, felices, libres y conscientes de la inmensidad de oxígeno que les envuelve. Pero de esa inmensidad solo son capaces de transportar y transmitir una pequeña cantidad. Van caminando, contentos, a cumplir su misión y, cuando tropiezan y ven que pierden su tan preciosa carga, retroceden en su busca, la recuperan y siguen adelante para llevar su porción de aire a las células que no pueden o no saben llegar a esa inmensidad de oxígeno que les da la vida.
No sería mala idea que las personas nos fijásemos en estos glóbulos rojos. En Dios tenemos esa inmensidad de oxígeno que, en la oración y en la contemplación nos llena de paz y nos envuelve completamente con su amor infinito. Dios, que nos da la vida. Y de esa inmensidad que percibimos sólo somos capaces de mostrar y transmitir una pequeñísima parte. Pero tenemos la capacidad; Él nos la da y Él nos invita a ejercitarla.
Dios mío, hoy me estás pidiendo que haga uso de esa capacidad. Y aunque llevo todo el día preguntándote una y otra vez que cómo quieres que me base en unos dibujos animados para hablar de ti y de nuestra misión, tu respuesta está ardiendo dentro de mí “transmíteme, transmíteme…”
“¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?”. Los apóstoles de Jesús optaron por comunicar, contar lo que habían visto y oído, y gracias a ellos hoy arde nuestro corazón. Ahora depende de nosotras, de cada persona cristiana, depende de ti y de mí que ese fuego continúe propagándose de generación en generación; o es que… ¿vas a permitir que se apague y se reduzca a unas cenizas? (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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