jueves, 17 de marzo de 2011

MIEDO A JESÚS

JOSÉ ANTONIO PAGOLA
La escena conocida como "la transfiguración de Jesús" concluye de una manera inesperada. Una voz venida de lo alto sobrecoge a los discípulos: «Este es mi Hijo amado»: el que tiene el rostro transfigurado. «Escuchadle a él». No a Moisés, el legislador. No a Elías, el profeta. Escuchad a Jesús. Sólo a él.
«Al oír esto, los discípulos caen de bruces, llenos de espanto». Les aterra la presencia cercana del misterio de Dios, pero también el miedo a vivir en adelante escuchando sólo a Jesús. La escena es insólita: los discípulos preferidos de Jesús caídos por tierra, llenos de miedo, sin atreverse a reaccionar ante la voz de Dios.
La actuación de Jesús es conmovedora: «Se acerca» para que sientan su presencia amistosa. «Los toca» para infundirles fuerza y confianza. Y les dice unas palabras inolvidables: «Levantaos. No temáis». Poneos de pie y seguidme. No tengáis miedo a vivir escuchándome a mí.
Es difícil ya ocultarlo. En la Iglesia tenemos miedo a escuchar a Jesús. Un miedo soterrado que nos está paralizando hasta impedirnos vivir hoy con paz, confianza y audacia tras los pasos de Jesús, nuestro único Señor.
Tenemos miedo a la innovación, pero no al inmovilismo que nos está alejando cada vez más de los hombres y mujeres de hoy. Se diría que lo único que hemos de hacer en estos tiempos de profundos cambios es conservar y repetir el pasado. ¿Qué hay detrás de este miedo? ¿Fidelidad a Jesús o miedo a poner en "odres nuevos" el "vino nuevo" del Evangelio?
Tenemos miedo a unas celebraciones más vivas, creativas y expresivas de la fe de los creyentes de hoy, pero nos preocupa menos el aburrimiento generalizado de tantos cristianos buenos que no pueden sintonizar ni vibrar con lo que allí se está celebrando. ¿Somos más fieles a Jesús urgiendo minuciosamente las normas litúrgicas, o nos da miedo "hacer memoria" de él celebrando nuestra fe con más verdad y creatividad?
Tenemos miedo a la libertad de los creyentes. Nos inquieta que el pueblo de Dios recupere la palabra y diga en voz alta sus aspiraciones, o que los laicos asuman su responsabilidad escuchando la voz de su conciencia. En algunos crece el recelo ante religiosos y religiosas que buscan ser fieles al carisma profético que han recibido de Dios. ¿Tenemos miedo a escuchar lo que el Espíritu puede estar diciendo a nuestras iglesias? ¿No tememos apagar el Espíritu en el pueblo de Dios?
En medio de su Iglesia Jesús sigue vivo, pero necesitamos sentir con más fe su presencia y escuchar con menos miedo sus palabras: «Levantaos. No tengáis miedo».
Eclesalia.net

martes, 15 de marzo de 2011

RENACERÁ SU SOL

KOLDO ALDAI

Mueren en la arena unas olas mansas, silenciosas. Muere un Cantábrico sumiso en unas playas desnudas. Todo lo contrario al otro lado del mundo. La mar aquí espectáculo y maravilla, allí es horror que traga y traga vidas.
Dócil espuma la que se esparce por la arena de la Kontxa; templado, tierno atardecer al final de un invierno ya herido. Asomado a la barandilla de una mar calma, el viaje a las costas azotadas por un océano furioso se hace inevitable. ¿Por qué crecieron en el otro extremo de la tierra las olas que aquí se deslizan serenas y tranquilas? ¿Dónde y por qué urdió el océano ese asalto devastador? ¿Dónde nace esa furia incontrolable? ¿Qué hicimos con los mares que ahora cabalgan veloces sobre la tierra vedada? ¿Qué hicimos con la tierra que tanto cruje en nuestros días? Cuestionemos las bases de una civilización que se levantó a sus espaldas. Cuestionemos el desarrollismo que tan poco respeta, rompe equilibrios sagrados, encabrita mares, estrella olas…
¿Qué palabras caminaremos cuando el desastre de Japón adquiere tanta magnitud, cuando todo se convierte en juguete de las aguas? Sólo las que apacigüen mares de fuera y adentro, las que serenen emociones. Sólo las de la fe en una vida que nunca se acaba, sólo las de la esperanza en una vida siempre sostenida, una y otra vez manifestada y elevada. Sólo las de nuestros más puros y sanadores sentimientos, las que lejos consuelan. Sólo las que saltan miles de kilómetros y allí, donde primero asoma el sol, más fuerte que nunca, ahora abrazan.
¿Qué palabras caminaremos cuando la sombra de la catástrofe nuclear amenaza de nuevo? Sólo las palabras que inviten a volver al sol, al aire, a las mareas controladas… como energías nobles, puras y limpias para mover nuestras fábricas, nuestros vehículos, nuestros sueños; para encender las farolas de nuestras calles y las tostadoras de nuestras cocinas. Sólo las palabras que animen a buscar la fuerza y la energía en lo sencillo, en lo cercano, en lo no contaminante. Sólo las palabras que exhorten a observar la ley de no desunir el átomo que la Creación ha unido.
Caminaremos incógnitas más que palabras, interrogantes para cuestionar un industrialismo tan alejado de la naturaleza y sus leyes. Las olas rugen, no sermonean, no exhiben mensajes en sus cabeceras, sin embargo nada escapa a la ley de la causa y el efecto. La destrucción retorna tarde o temprano sobre la civilización que la ha generado.
Reparemos eso sí, en la amistad que han procurado los mares embravecidos. China ha llamado enseguida a las puertas de su castigado vecino ofreciendo ayuda. La mar arrastra también en su furia viejas, oxidadas batallas. Estas y otras olas, estas y otras sacudidas de tierra, estas y otras lágrimas nos enseñaron que somos una sola y fraterna humanidad. Una nueva urgencia planetaria llama a sacudir nuestros bolsillos. Estamos con Japón como no podía ser de otra manera, estamos con ese pueblo noble que se agarra a las rocas, a los árboles, a la vida; que tapa grietas, que enfría reactores, que reza noche y día.
Se alzará de nuevo el sol de sus emblemas, brillará espléndido sobre una tierra más cuidada. El país del sol naciente es llamado a mostrar a la humanidad una nueva lección de titánica voluntad, de responsable reorientación. Quienes ya hace casi setenta años resurgieron de sus cenizas, son llamados a nacer de nuevo. Raya alto un pueblo convocado a tantos renacimientos. Nos sentaremos a la vera de quienes lo han perdido todo. El dolor traiga la debida recompensa de luz y de amor.
Eclesalia .net

lunes, 14 de marzo de 2011

YEMAS Y CENIZAS

DOLORES ALEIXANDRE, rscj
“Podríamos en esta Cuaresma reconvertir la ceniza en yemas, viviendo atentos para descubrir quiénes necesitan sentir el apoyo de nuestro dedo en forma de ánimo, afecto o acogida. Qué espléndido remedio para espantar quejas, agravios o resquemores que a veces pululan por nuestro interior y sustituirlos por el agradecimiento a esos dedos en nuestra espalda que nos permiten creer en nosotros y desplegar lo mejor que somos.’”

No piensen que se trata de las riquísimas yemas de san Leandro, sino de otras yemas: las de los dedos. Me cuenta una de mis hermanas, que trabaja con discapacitados profundos en un hospital de los Hermanos de San Juan de Dios, que, en el grupo en que está, solo se mantiene en pie una niña alta y grande, pero que solo camina si le ofrecen un dedo para agarrarse. Ese contacto mínimo hace que se sienta segura y capaz de andar, pero sin él, se queda quieta y no hay manera de que se mueva. Últimamente han descubierto que no necesita ver el dedo tendido y agarrarse a él: le basta sentirlo en su espalda para caminar.
En el fondo, es a lo que se dedicó Jesús toda su vida, desde que creció y sus manos fueron lo suficientemente grandes como para que se agarrara a ellas toda aquella gente que necesitaba sentirse sostenida: les bastaba el roce de la yema de su dedo (su palabra, su mirada, su ternura…) para que se despertara en lo más hondo de ellos mismos la energía secreta que les ponía en pie y les hacía capaces de moverse: soltaban redes, daban un brinco fuera de la cuneta como Bartimeo, repartían como Zaqueo sus dineros, tocaban el borde de su manto y se sentían de nuevo vivos y en camino.

Podríamos en esta Cuaresma reconvertir la ceniza en yemas, viviendo atentos para descubrir quiénes necesitan sentir el apoyo de nuestro dedo en forma de ánimo, afecto o acogida. Qué espléndido remedio para espantar quejas, agravios o resquemores que a veces pululan por nuestro interior y sustituirlos por el agradecimiento a esos dedos en nuestra espalda que nos permiten creer en nosotros y desplegar lo mejor que somos.

“Tu fe te ha salvado”, decía Jesús. “Y a la yema de los dedos de mis hermanos en mi espalda”, podríamos responderle cada uno de nosotros.

miércoles, 9 de marzo de 2011

'Cambiaste mi luto en danza'

LA CUARESMA, TIEMPO DE ESCUCHA

JOSE M. LLOPIS
De nuevo me pongo en contacto con todos vosotros, amigos del Racó, con motivo de la celebración de la cuaresma. Ésta es, sin lugar a dudas, un tiempo de gracia y conversión, que, sintetizamos con la palabra ESCUCHA. De entrada, no olvidemos que la cuaresma es el medio que tenemos para celebrar una gran Pascua, que es su verdadera razón de existir.
Y…le damos importancia a la palabra “escucha”. Ella encierra la verdadera dimensión de nuestra riqueza personal y espiritual. No somos lo que vemos ni lo que oímos.  Maduramos en la medida en que somos capaces de escuchar. La escucha afecta a la intimidad, al corazón, a la constancia, a la eternidad; en definitiva, al amor.
Aquello que resuena en nuestro tabernáculo interior, el sancta sanctorum de cada uno, es lo que cada uno de nosotros vivirá con intensidad. Si es una realidad positiva, creará madurez, paz, acogida; si, en cambio, dejamos paso a dimensiones negativas y malsanas, la consecuencia será heridas en el corazón, que duelen mucho más que una enfermedad. De nosotros depende el colocarnos en una vertiente o en otra.
La llave de ingreso a este recinto la tenemos nosotros. Si no abrimos, no hay nada ni nadie que la pueda franquear. Y no olvidemos, sólo tenemos la llave de ingreso. La salida ya no depende de nosotros. Es espontánea. No hay nadie que pueda disimular constantemente aquello que le resuena y vive en su interior.
¿Qué queremos escuchar en esta cuaresma?
Queremos escuchar la VOZ DE DIOS.  Que resuene en los entresijos profundos del alma. Es el espacio donde debe haber y hay siempre soledad. Es el viaje más apasionante que podemos hacer en la vida. LA LLEVARÉ AL DESIERTO Y LE HABLARÉ AL CORAZÓN. Es la residencia y el locutorio de Dios. Con Él, con Dios, pueden caber otras personas, incluso cosas; Sin Él, sin Dios, no estamos ni nosotros mismos, todo y ser el recinto de nuestra alma.
Escuchar la voz de Dios es entablar un DIÁLOGO CON ÉL. Dios no hace monólogos. Habla para que le respondamos. Y con la misma intensidad y con la misma profundidad. No valen nuestras efímeras e interesadas peticiones. Esto no son respuestas del corazón. Dios quiere el alma, no nuestros intereses, programas, criterios, fracasos, heridas, miedos, caídas; Dios todo esto lo cura, lo sana desde el alma.
Cuando abrimos el alma, entra Dios. El primer efecto de esta entrada es que DEJAMOS DE ESCUCHARNOS. Yo diría más bien de oírnos. ¡Cuánto tiempo perdemos con nuestras propias distracciones! Muchos años pasó S. Francisco oyendo en su interior conciertos de ruidos inútiles, que agobiaban y secaban su alma. Todos desaparecieron, al escuchar la única voz que le convenía: ERA LA DE DIOS.
Con ella vino la claridad, la luz, la verdadera dimensión de sí mismo, la disponibilidad, incluso la respuesta oportuna a la iniciativa de Dios. El camino de Dios siempre es de liberación. Dios no habla en los murmullos de nuestras interesadas distracciones y preocupaciones personales. Dios “es” en el nacimiento de la fuente, donde no hay contaminación, sólo limpieza, intimidad, don, generosidad, paz, amor.
Y…atención…Esto no se queda en nuestro interior. Tiene billete de salida y debe salir. Esta riqueza de la voz de Dios tiene que resonar, y lo hace de una manera especial, en todo el sufrimiento del mundo de hoy. La voz de Dios se hace profundamente eficaz al inmiscuirse en el dolor y angustia de los que nos rodean.
Sólo así, desde Dios y con Dios, el grito de dolor de nuestros hermanos, como una nueva voz de Dios, resonará con toda su fuerza y eficacia en el hondón del alma. Y lo que ahí se escucha, imposible detener y no dar la respuesta oportuna.
El concierto de nuestra vida está integrado, pues, por los siguientes elementos: DIOS, NUESTRA INTIMIDAD, NUESTRA PROPIA LIBERACIÓN Y EL SUFRIMIENTO DE LOS DEMÁS. Ni siquiera cabe el nuestro, lo dejamos abandonado en aquella esquina en la que nos encontramos afortunadamente con el Señor.
Esto es disfrutar, con Dios y desde Dios, aprendiendo, en medio del concierto ruidoso e inarmónico del mundo de hoy, a dar, sin lamentaciones inútiles ni evasiones cobardes, a dar, digo, la respuesta oportuna que desea la paz de tu alma y que nos pide el mundo de hoy.
Si la cuaresma es una escucha, la pascua será el mejor concierto de tu vida.


lunes, 7 de marzo de 2011

CARTA DESDE TIERRA DE NADIE a Benedicto XVI

Jose Mª Rodríguez Olaizola s.j. 

Querido Benedicto XVI:
Todo comienzo invita a la esperanza. Estas últimas semanas me he sentido así, ilusionado porque todo cambio es ocasión de moverse, y al moverse, sacudir inercias y emprender búsquedas. Porque por ahora un nuevo papado es como un papel en blanco en el que se pueden escribir páginas bellísimas, páginas de evangelio hoy…Y eso es lo que quiero seguir esperando ahora. Lleno de deseos, inquieto (siempre) por el futuro, te escribo desde “la tierra de nadie.”

La tierra de nadie es ese espacio intermedio donde estamos tantos católicos, que no nos sentimos en paz con declaraciones dogmáticas tajantes para problemas culturales y sociales que requieren muchas consideraciones cotidianas; pero tampoco nos sentimos alineados con quienes meten en el mismo saco todas las reivindicaciones del mundo, ya se trate de familia, vida, investigación, como si todo valiese o como si todo fuese lo mismo…

La tierra de nadie es ese espacio en el que viven divorciados que, tras un fracaso que ha podido ser inevitable, se sienten en la encrucijada de rehacer su vida (y sentirse apartados de la Iglesia), o quedar presos de una situación muy dura. Es el espacio donde viven los hombres y mujeres que aman a otros hombres y mujeres, respectivamente, y aman al Dios de Jesús, pero sienten que se les dice que uno de los dos amores no cabe en su vida o en su Iglesia. Donde teólogos que buscan nuevas formas de anunciar el mismo evangelio tienen miedo de buscar, porque equivocarse se iguala a atacar… pero si no se buscan nuevos caminos, aunque no haya error, tampoco avanzará la búsqueda de una verdad más plena.

En la tierra de nadie están tantas mujeres que ven una cierta contradicción entre las afirmaciones que les dicen que pintan mucho en la Iglesia, y la masculinidad absoluta que hemos visto en la liturgia, voces y toma de decisiones de estos días pasados. Y muchos jóvenes que necesitan una palabra de moral que les hable de sus vidas, sus problemas y sus límites hoy (y no hace cincuenta años, cuando la sociedad era otra, la cultura era otra, las imágenes y prácticas otras, el mundo otro). En la tierra de nadie, sin dramatismos, estamos los que nos llevamos bofetadas de unos (que nos acusan de pertenecer a una Iglesia muy encastillada), y de otros (que dicen que nos dejamos llevar por el mundo)

En esta tierra de nadie a veces se anhela una palabra entrañable, una búsqueda pastoral conjunta, un espíritu integrador, una capacidad de oscilar entre la unidad y la pluralidad, entre la diversidad y la comunión, entre los múltiples carismas y el mismo cuerpo… Porque hay muchas cosas que no están claras, y precisamente por eso necesitamos darnos tiempo, escucharnos, buscar juntos, clarificar, con valentía. Y porque, unos y otros, no encontramos la forma de hacerlo.

Así que, querido Benedicto… acércate a esta tierra de nadie, que es tierra de Iglesia, de esta Iglesia tan rica en gentes, problemas y sueños. Y sé pastor de todos. Dicen que tienes una mente privilegiada, que eres un gran teólogo. Pues que el Espíritu de Dios te ilumine para abrir puertas y tender puentes; pues eso es ser pontífice, el que tiende puentes, entre Dios y los seres humanos, y entre unos y otros…; para conjugar la unidad con la escucha; la firmeza con la flexibilidad; la tradición con el cambio; y la existencia de límites con el diálogo. Y especialmente sé la voz de los miles de millones de personas que no tienen quién hable en su nombre, quién pida por ellos paz, pan y palabra.

Rezo por eso. Confío en ello. Espero. Y, si Dios quiere, intentaré colaborar en ello, hoy y siempre.





miércoles, 2 de marzo de 2011

LA FUERZA DEL EVANGELIO

JOSÉ ANTONIO PAGOLA
Mateo concluye el gran discurso de Jesús en una montaña de Galilea con dos breves parábolas, narradas con maestría y fáciles de recordar por todos. Su mensaje es de importancia decisiva: seguir a Jesús consiste en «escuchar sus palabras» y en «ponerlas en práctica». Si no lo hacemos así nuestro cristianismo es una insensatez. No tiene sentido alguno.

El hombre sensato construye su casa sobre roca firme. Por eso, cuando llegan las lluvias torrenciales del invierno y el agua desciende de los montes y soplan los fuertes vientos del Mediterráneo, la casa no se hunde: «está cimentada sobre roca». Así es la Iglesia formada por creyentes que se esfuerzan por escuchar el Evangelio y ponerlo en práctica.
El hombre necio, por el contrario, construye su casa sobre arena, en el fondo del valle. Por eso, al llegar las lluvias, los aluviones y el vendaval, la casa «se hunde totalmente». Así se desmorona el cristianismo cuando no está fundamentado en la roca del Evangelio escuchado y practicado en las comunidades.
En la conciencia moderna se ha producido un profundo cambio cultural que está poniendo en crisis el nacimiento y la vivencia de la fe cristiana. Cada vez se va haciendo más difícil despertar una fe viva en Dios y en Jesucristo por vía de "adoctrinamiento". Señalemos dos causas fáciles de detectar.
Por una parte, está en crisis la autoridad, toda autoridad. Es difícil que la fe brote hoy de la obediencia a una autoridad religiosa que se presente como poseedora de la verdad. La palabra que pronuncia la Iglesia desde su posición de autoridad sagrada no resulta hoy por sí misma ni creíble ni atractiva.
Por otra parte, más que doctrina religiosa, las personas buscan una experiencia que les ayude a vivir con sentido y esperanza. Muchos hombres y mujeres se distancian casi instintivamente de cualquier iniciación a la fe entendida como "proceso de aprendizaje".
Hemos de creer mucho más en la fuerza transformadora del Evangelio. Las palabras de Jesús tienen más poder que nuestras doctrinas. Su Buena Noticia es más atractiva que todos nuestros sermones. ¿No ha llegado el momento de formar grupos, crear espacios, posibilitar encuentros en los que la gente de hoy tenga la oportunidad de entrar en contacto directo con el Evangelio para escuchar a Jesús y descubrir juntos su Buena Noticia?
Muchos que se sienten perdidos y viven sin esperanza podrían descubrir con alegría que no están solos, que pueden confiar en un Dios Padre y que pueden vivir con la esperanza de Jesús. Es lo que más necesitan.
Eclesalia.net

martes, 1 de marzo de 2011

LLAMADO A CUMPLIR UNA VISIÓN

VERÓNICA PÉREZ
 “Cuál era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para combatir, para salir y para entrar…” (Josué 14.11b)
En la historia antigua del pueblo de Israel, fueron enviados Caleb, Josué y otros diez más a reconocer la tierra prometida para conquistarla. 
De regreso diez tuvieron una actitud negativa con respecto a la conquista porque vieron gigantes habitando la tierra y se paralizaron, mientras Caleb se mantuvo fiel a Dios, creyendo en que Dios les daría esa tierra, vencerían y así fue. Preguntémonos. ¿Cuándo vemos los problemas como gigantes, tenemos una actitud negativa como los diez?¿Tenemos convicción y nos sentimos representados en Caleb y su fe?

En nuestro mundo hoy, si queremos mantener la actitud de Caleb necesitamos apropiarnos de las palabras del salmista al decir: “Mis ojos siempre se dirigen hacia Dios. Porque El saca mis pies de la red” (Salmo 25.15).
Tener visión ya es una fuerza que te mueve para poder vencer. La mirada en Dios fortalece tu convicción para cumplir una visión. Para vencer debemos empezar por nuestros propios gigantes internos y así podremos contra los gigantes que están afuera de nosotros.
Hoy necesitamos tener fe, es el paso importante para la convicción, para ser vencedores.
Preguntémonos, ¿cuál es mi fuerza antes y la de ahora para vencer? Esa fuerza de fe esta en tu interior. Es importante alimentarla con las cosas buenas que la vida te da. Aprender a ver más allá de lo que la mayoría de gente ve, la mirada corta atranca, no logras tener una perspectiva de la realidad y no te permite avanzar.
Cuando tienes una actitud de convicción ante la vida, recibes lo que te da y sigues caminando hacia adelante, es una señal de que nada te detendrá. Tu fidelidad está centrada en Dios.
Para nosotras hoy, tomar la tierra implica luchar en medio de las tragedias que vivimos el día a día. Eso es vencer los gigantes. Luchar con valor por lo que Dios prometió es hacer de esa promesa, la tierra, un espacio para ti y tu familia.
Si Dios está conmigo todo será como El ha dicho: Vencer, conquistar, salir y entrar. Con esa convicción ni nos preguntamos ¿Qué gigantes debemos vencer? Miedo al que dirán, miedo a los retos nuevos, miedo a los que te acusan, miedo a perder tu espacio… ¿Miedo al miedo? ¡Uh, no tengas miedo! Dios está contigo también, eso nunca lo olvides. ¿Oíste?
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