miércoles, 28 de septiembre de 2011

APRENDIENDO A CONTEMPLAR DESDE EL CINE

CONFER COVAL

El 24 de Septiembre se Celebro la Asamblea Anual de CONFER COVAL.

El Arzobispo de Valencia monseñor Carlos Osoro, ha afirmado ante la Asamblea Anual de la Confederación de Religiosos de la Comunidad Valenciana (CONFER COVAL) que "sin vuestra presencia y obra el paisaje de la Iglesia sería muy distinto".
El encuentro tuvo lugar en el Colegio de las Madres Desamparados y San José de la Montaña de Valencia, que ha contado además con la participación de los obispos de Segorbe-Castellón y Orihuela-Alicante, monseñores D. Casimiro López y D. Rafael Palmero, respectivamente. Tambien han participado en la Asamblea el presidente de CONFER COVAL, Rafael Matas; el presidente de CONFER Nacional, Elías Royón. Asi como los superiores mayores, delegados y las Juntas Diocesanas.

Según el Arzobispo "el paisaje que la Iglesia promueve al servicio de todos los hombres y de la nueva evangelización es el que cada uno de vuestros carismas entrega". Igualmente ha agradecido a los religiosos el esfuerzo "de querer acercar, responder, estar presentes y vivir el carisma" .
Otro punto que se presento a la Asamblea fue el plan de actividades para el curso 2011-2012 así como diversos temas de reflexión como el Sínodo de los Obispos, que tratará: La nueva Evangelización.
Se termino la Asamblea con una Eucaristía celebrada en la Iglesia del Colegio. Al termino de ésta tuvo lugar una comida en fraternidad.








¿ESTAMOS DECEPCIONANDO A DIOS?

JOSE ANTONIO PAGOLA
Jesús se encuentra en el recinto del Templo, rodeado de un grupo de altos dirigentes religiosos. nunca los ha tenido tan cerca. Por eso, con audacia increíble, va a pronunciar una parábola dirigida directamente a ellos, Sin dua, la más dura que ha salido de sus labios.
Cuando Jesús comienza a hablarles de un señor que plantó una viña y la cuidó con solicitud y cariño especial, se crea un clima de expectación. La«viña» es el pueblo de Israel. Todos conocen el canto del profeta Isaías que habla del amor de Dios por su pueblo con esa bella imagen. Ellos son los responsables de esa "viña" tan querida por Dios.
Lo que nadie se espera es la grave acusación que les va a lanzar Jesús: Dios está decepcionado. Han ido pasando los siglos y no ha logrado recoger de ese pueblo querido los frutos de justicia, de solidaridad y de paz que esperaba.
Una y otra vez ha ido enviando a sus servidores, los profetas, pero los responsables de la viña los han maltratado sin piedad hasta darles muerte. ¿Qué más puede hacer Dios por su viña? Según el relato, el señor de la viña les manda a su propio hijo pensando: «A mi hijo le tendrán respeto». Pero los viñadores lo matan para quedarse con su herencia.
La parábola es transparente. Los dirigentes del Templo se ven obligados a reconocer que el señor ha de confiar su viña a otros viñadores más fieles. Jesús les aplica rápidamente la parábola: «Yo os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos».
Desbordados por una crisis a la que ya no es posible responder con pequeñas reformas, distraídos por discusiones que nos impiden ver lo esencial, sin coraje para escuchar la llamada de Dios a una conversión radical al Evangelio, la parábola nos obliga a hacernos graves preguntas.
¿Somos ese pueblo nuevo que Jesús quiere, dedicado a producir los frutos del reino o estamos decepcionando a Dios? ¿Vivimos trabajando por un mundo más humano? ¿Cómo estamos respondiendo desde el proyecto de Dios a las víctimas de la crisis económica y a los que mueren de hambre y desnutrición en África?
¿Respetamos al Hijo que Dios nos ha enviado o lo echamos de muchas formas "fuera de la viña"? ¿Estamos acogiendo la tarea que Jesús nos ha confiado de humanizar la vida o vivimos distraídos por otros intereses religiosos más secundarios?
¿Qué hacemos con los hombres y mujeres que Dios nos envía también hoy para recordarnos su amor y su justicia? ¿Ya no hay entre nosotros profetas de Dios ni testigos de Jesús? ¿Ya no los reconocemos?
Eclesalia.net

jueves, 22 de septiembre de 2011

24 DE SEPTIEMBRE: “DÍA DE LA MERCED”

SANTIAGO CATALÁN
Como ustedes sabrán , el 24 de septiembre, la Orden de la Merced, las personas encarceladas, el funcionario de prisiones, voluntariado que visita las cárceles por amor al Dios que vive preso entre los muros de cemento, rejas y alambradas... celebran su fiesta grande: Nuestra Señora de la Merced.

Un vistazo rápido a la Historia
La Orden de la Merced es una Orden religiosa católica fundada en 1.218 por San Pedro Nolasco. Éste era un joven mercader de telas de Barcelona, empezó a actuar en la compra y rescate de cautivos, vendiendo cuanto tenía. La noche del 1 de agosto de 1218 se le apareció la Virgen María, le animó en sus intentos y le transmitió el mandato de fundar la Orden Religiosa de la Merced para la redención de cautivos. Esta advocación mariana, que nace en España, se difundirá por el resto del mundo. Fue así como Pedro Nolasco funda una orden dedicada a la "merced" (realización de una buena acción sin esperar nada a cambio). Su misión era, pues, la misericordia para con los cristianos cautivos en manos de los musulmanes (el contexto histórico es el largo conflicto entre la invasión árabe y los reinos de mayoría cristiana en la península ibérica). Muchos de los miembros de la orden canjeaban sus vidas por la de presos y esclavos. San Pedro Nolasco y sus frailes serían muy devotos de la Virgen María y la tomaron como patrona y guía. Por eso la honran como Madre de la Merced o Virgen Redentora. En 1240, muere el fundador.
En 1776 se adopta un cambio en la redefinición de las funciones de esta Orden religiosa para ser más fieles al carisma fundacional atendiendo “lasnuevas formas de cautividad” con características –vigentes hasta hoy- tales como:
1.                   Aquéllas que oprimen y degradan a la persona humana;
2.                   nacen de principios y sistemas opuestos al evangelio;
3.                   ponen en peligro la fe de los cristianos; y, por supuesto:
4.                   aquéllas que precisen de ayuda, visita y redención de personas encarceladas[.
Actualidad
Ya no importa si la persona encarcelada es cristiana o musulmana ni si es creyente o no siquiera. No importa si está en prisión por un delito de tal o cual calibre o por algo incluso innombrable. Tampoco hay diferencias por ningún otro motivo porque… esa PERSONA tiene su historia, tiene su dignidad… inmensamente maltrecha, degradada tanto por sí misma como por acción de otros agentes, es alguien que ha sufrido y sigue padeciendo lo opuesto al Evangelio, es un ser humano que precisa ayuda, necesita ser reconocido como es y precisa ser redimido, liberado de cuanto le fue llevando al punto en el que ahora se encuentra. Esa persona… es hija de Dios y hermana nuestra.
Hoy conocemos algo que se llama la “Pastoral penitenciaria” y ésta existe “porque Dios es sensible al ser humano en todas sus limitaciones, penurias, sufrimientos y esclavitudes”.
El voluntariado de esta pastoral trata de ser fiel a la llamada del “otro”, del Cristo roto que se presenta ante el mundo en esa realidad humana del que ha sido juzgado, condenado y encarcelado. Hace vida aquello de “estuve preso y me visitaste”… y traduce en su existencia lo que aquel samaritano con el hombre maltrecho, apaleado por unos, ignorado por otros pero atendido por quien se le acercó, le atendió en sus primeras necesidades y le acompañó con actitud solidaria en su proceso de rehabilitación.
Así es hoy la acción de la Iglesia Cristiana Católica a través de la Pastoral Penitenciaria, la Orden de La Merced especialmente, otras comunidades cristianas o hermanos de buena voluntad que atienden hoy el grito del abatido que no es otro que el de Dios mismo hecho carne en el que vive privado de libertad.
La Merced nos interpela
La cárcel, prisión, centro penitenciario… o “trullo” no es más que la expresión palpable del fracaso de una sociedad que huye de la invitación a vivir la fraternidad a la que está llamada; es el resultado del afán excluyente y darwinista de nuestro sistema para el que la persona no cuenta si no es en función de la productividad y el utilitarismo mercantilista en el que el ser humano no deja de ser un número más.
La persona encarcelada tuvo una familia, se crió en un barrio, pueblo o ciudad, perteneció a alguna parroquia y era ciudadano de tal o cual ayuntamiento… hasta que el escalón de su escalera en el que se aupaba se rompió y fue golpeándose en cada peldaño mientras caía… hasta verse en el pozo en el que ahora se encuentra.
Podríamos preguntarnos si “esos muros y rejas que ahora le envuelven y nos separan de ella son, en realidad, más fáciles de vencer que nuestrasreticencias a reconocerle como hermano o hermana”. Si cada cual se contestara con honestidad a sí mismo esta cuestión quizás tendríamos que reconocer que “esa dureza de corazón que padecemos es la misma causante de la cadena de desgracias que le llevó a dar con sus esperanzas rotas en un triste chabolo”.
No es por lo tanto cuestión de simple “caridad lastimera” traducida en migajas sino de la verdadera “caridad cristiana” que se traduce en actitudes de justicia, de perdón, reconciliación, consideración de todo ser humano –por encima de toda apariencia, actitudes, hechos,…- como hijo de Dios y, por lo tanto, hermano nuestro, con todas sus consecuencias.
La persona encarcelada, la persona privada de libertad, sigue teniendo hoy una familia, ¿cómo la apoyamos y acompañamos? Tiene, por lo tanto, un domicilio en la calle, está en un barrio, población,… pertenece a una parroquia, ¿le consideramos un vecino más, nos interesa su situación, le acogemos?
Planteémonos este asunto en nuestras asociaciones de vecinos, en nuestras parroquias y comunidades cristianas, en nuestras plataformas sociopolíticas o de participación ciudadana del tipo que fuere… y no nos contentemos con cuatro palabras, salgamos al encuentro del malherido botado en la cuneta de los caminos que llevan a la privación de libertad porque… allí está Él, con toda seguridad.
Eclesalia.net


EL PELIGRO DE LA RELIGION

JOSE ANTONIO PAGOLA
Jesús lleva unos días en Jerusalén moviéndose  en los alrededores del templo. No encuentra por las calles la acogida amistosa de las aldeas de Galilea. Los dirigentes religiosos que se cruzan en su camino tratan de desautorizarlo ante la gente sencilla de la capital. No descansarán hasta enviarlo a la cruz.

Jesús no pierde la paz. Con paciencia incansable sigue llamándolos a la conversión. Les cuenta una anécdota sencilla que se le acaba de ocurrir al verlos: la conversación de un padre que pide a sus dos hijos que vayan a trabajar a la viña de la familia.
El primero rechaza al padre con una negativa tajante: «No quiero». No le da explicación alguna. Sencillamente no le da la gana. Sin embargo, más tarde reflexiona, se da cuenta de que está rechazando a su padre y, arrepentido, marcha a la viña.
El segundo atiende amablemente la petición de su padre: «Voy, señor». Parece dispuesto a cumplir sus deseos, pero pronto se olvida de lo que ha dicho. No vuelve a pensar en su padre. Todo queda en palabras. No marcha a la viña.
Por si no han entendido su mensaje, Jesús dirigiéndose a «los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo», les aplica de manera directa y provocativa la parábola: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Quiere que reconozcan su resistencia a entrar en el proyecto del Padre.
Ellos son los "profesionales" de la religión: los que han dicho un gran "sí" al Dios del templo, los especialistas del culto, los guardianes de la ley. No sienten necesidad de convertirse. Por eso, cuando ha venido el profeta Juan a preparar los caminos a Dios, le han dicho "no"; cuando ha llegado Jesús invitándolos a entrar en su reino, siguen diciendo "no".
Por el contrario, los publicanos y las prostitutas son los "profesionales del pecado": los que han dicho un gran "no" al Dios de la religión; los que se han colocado fuera de la ley y del culto santo. Sin embargo, su corazón se ha mantenido abierto a la conversión. Cuando ha venido Juan han creído en él; al llegar Jesús lo han acogido.
La religión no siempre conduce a hacer la voluntad del Padre. Nos podemos sentir seguros en el cumplimiento de nuestros deberes religiosos y acostumbrarnos a pensar que nosotros no necesitamos convertirnos ni cambiar. Son los alejados de la religión los que han de hacerlo. Por eso es tan peligroso sustituir la escucha del Evangelio por la piedad religiosa. Lo dijo Jesús: "No todo el que me diga "Señor", "Señor" entrará en el reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo".
Eclesalia.net

jueves, 15 de septiembre de 2011

MIRADA ENFERMA

JOSE ANTONIO PAGOLA
Jesús había hablado a sus discípulos con claridad: "Buscad el Reino de Dios y su justicia". Para él esto era lo esencial. Sin embargo, no le veían buscar esa justicia de Dios cumpliendo las leyes y tradiciones de Israel como otros maestros. incluso en cierta ocasión les hizo una grave advertencia: "si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrareis en el reino de los Dios". ¿Cómo entendía Jesús la justicia de Dios?

La parábola que les contó los dejó desconcertados. El dueño de una viña salió repetidamente a la plaza del pueblo a contratar obreros. No quería ver a nadie sin trabajo. El primer grupo trabajó duramente doce horas. Los últimos en llegar sólo trabajaron sesenta minutos.
Sin embargo, al final de la jornada, el dueño ordena que todos reciban un denario: ninguna familia se quedará sin cenar esa noche. La decisión sorprende a todos. ¿Cómo calificar la actuación de este señor que ofrece una recompensa igual por un trabajo tan desigual? ¿No es razonable la protesta de quienes han trabajado durante toda la jornada?
Estos obreros reciben el denario estipulado, pero al ver el trato tan generoso que han recibido los últimos, se sienten con derecho a exigir más. No aceptan la igualdad. Esta es su queja: «los has tratado igual que a nosotros». El dueño de la viña responde con estas palabras al portavoz del grupo:«¿Va ser tu ojo malo porque yo soy bueno?». Esta frase recoge la enseñanza principal de la parábola.
Según Jesús, hay una mirada mala, enferma y dañosa, que nos impide captar la bondad de Dios y alegrarnos con su misericordia infinita hacia todos. Nos resistimos a creer que la justicia de Dios consiste precisamente en tratarnos con un amor que está por encima de todos nuestros cálculos.
Esta es la Gran Noticia revelada por Jesús, lo que nunca hubiéramos sospechado y lo que tanto necesitábamos oír. Que nadie se presente ante Dios con méritos o derechos adquiridos. Todos somos acogidos y salvados, no por nuestros esfuerzos sino por su misericordia insondable.
A Jesús le preocupaba que sus discípulos vivieran con una mirada incapaz de creer en esa Bondad. En cierta ocasión les dijo así: "Si tu ojo es malo, toda tu persona estará a oscuras. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!". Los cristianos lo hemos olvidado. ¡Qué luz penetraría en la Iglesia si nos atreviéramos a creer en la Bondad de Dios sin recortarla con nuestra mirada enferma! ¡Qué alegría inundaría los corazones creyentes! ¡Con qué fuerza seguiríamos a Jesús!
Eclealia.net

miércoles, 14 de septiembre de 2011

UNA AMISTAD SIN FISURAS

Julio Alonso Ampuero
Saúl, el primer rey de Israel había caído en desgracia. Había desobedecido el encargo que el Señor le había hecho a través del profeta Samuel, y Dios le había retirado su elección.Aunque aún no estaba instaurado el criterio hereditario en cuanto a la sucesión del rey, parecía lo más normal que le sucediera su hijo Jonatán; esta era, al menos, la costumbre generalizada en los pueblos de alrededor.


Mientras tanto, había comenzado a subir la figura de David. Había vencido en repetidas ocasiones a los filisteos y de ese modo había contribuido a afianzar el reino de Saúl. Sin embargo, frente al carácter agrio y voluble de Saúl, David tenía un carácter amable y bondadoso (había sido pastor). Caía muy bien entre la tropa y entre el pueblo. Y además tenía madera de líder.
Todo ello, en lugar de alegrar a Saúl, provocó en él la envidia. El hijo de Jesé empezaba a hacerle sombra. Y pensó: «Ya sólo le falta ser rey». Y de los pensamientos pasó a los hechos: intentó eliminar a David.
Por su parte, Jonatán y David habían hecho una buena amistad. Se entendían bien, compartían la vida en la corte, se querían como hermanos y habían llegado a sellar su amistad con un pacto sagrado ante Yahveh.
Frente al acoso de Saúl, Jonatán defiende a su amigo ante su padre. Intenta hacerle entender que es un servidor leal y que no tiene sentido matarle. Y cuando se convence de que el rey ha decidido la ruina de David, Jonatán avisa a su amigo para que se esconda y se ponga a salvo.
Saúl pretende despertar la envidia de Jonatán: «Mientras el hijo de Jesé esté vivo sobre la tierra, tu reino no estará seguro».

Lo pretende sin conseguirlo, pues ve que la actuación de su padre es injusta. Más aún, también él intuye que David será el sucesor de su padre. Pero Jonatán, que «le amaba como a sí mismo», renueva su compromiso con él y le desea que Dios esté con él cuando llegue al trono. Una cosa le pide: que si entonces él vive, tenga consideración con él y si ha muerto use de bondad con su familia.
Ante la injusta persecución, David le dice: «Si he actuado mal, mátame tú mismo». También él es consciente de que no ha fallado al pacto sagrado con su amigo del alma.

Y cuando Saúl y Jonatán mueren en la batalla en los montes Gelboé, David –que ve que le ponen la corona en bandeja– no se alegrará, sino que llorará y se lamentará por la muerte trágica y prematura del amigo extremadamente querido, cuyo amor le resultaba más delicioso que el amor de las mujeres.

Una amistad sin fisuras, que ama al otro por sí mismo y busca su bien. Una amistad que no se deja corromper por la envidia ni por la ambición: tanto Jonatán como David podían haber caído fácilmente en ellas. Una amistad que no se deja enturbiar por las sospechas: era muy comprensible que en el corazón de Jonatán se hubieran deslizado las que su propio padre intentaba inculcarle. Una amistad hecha de fidelidad: especialmente en la prueba, en la persecución injusta, en la muerte del amigo. Una amistad en la que cada uno no tiene inconveniente en permanecer en segundo plano. Una amistad, en fin, que nada tiene que ver con muchas de las adulteraciones a las que se da este mismo nombre…
Verdaderamente, «quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro» (Sir 6,14; ver vv 5-17).

(Textos bíblicos: 1 Samuel 19-20; 2 Samuel 1)