lunes, 28 de junio de 2010

Peregrinación a la Basílica de la Vera Cruz-Caravaca

El dia 26 de junio desde Castellón viajó una peregrinación a Caravaca de la Cruz para ganar el jubileo del Año Santo en la Basílica.

Despues de la acogida al peregrino que tuvo lugar en la iglesia del Salvador, fuimos en peregrinación, todos los asistentes que de diferentes lugares estabamos alli congregados, hasta la fortaleza Almohade que hoy dia es el templo donde se encuentra y se venera la Vera Cruz.Al finalizar la Eucaristia, todos los asistentes pudimos besar-adorar la Vera Cruz. Tomando conciencia de lo que representa esta Cruz en la vida del cristiano: ser Presencia viva de la Misericordia, el Pedón y donación de Dios para con todos, sobre todo los más necesitados.

Tambien tuvimos oacasión de visitar el santuario de la Virgen de la Esperanza que se encuentra en el municipio de Calasparra.

La Ermita se encuentra en una cueva natural en el interior de la montaña y que antaño utilizaban los pastores.
La imagen de Nuestra Señora de la Esperanza consta de dos virgenes una grande y otra
pequeña debajo. En el fondo de la cueva hay un nacimiento de agua conocido como "la gota". Una gota de agua que emana constantemente, aún en tiempo de sequia, de la parte supeior de la pared.









miércoles, 23 de junio de 2010

DESDE EL FONDO DE LA DECEPCION


JULIO ALONSO AMPUERO

Uno se llamaba Cleofás; el otro, no sabemos. Pero conocemos perfectamente su estado de ánimo después de los acontecimientos terribles de la pasión y muerte de Jesús (Lc 24,13-35).

Habían sido discípulos de Jesús. Habían sido testigos de su predicación, de las palabras increíbles del rabí de Nazaret que hablaba con autoridad y no como los escribas (cfr. Mc 1,22). Habían sido testigos de sus milagros. Nadie había hecho nunca nada semejante. Una y otra vez habían experimentado el asombro ante este Jesús que «fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo». Todo ello les había hecho forjarse ilusiones. En una situación tan dura como la que atravesaba el pueblo de Israel bajo el yugo romano, seguramente había surgido por fin el liberador. Como había ocurrido antaño cuando la opresión de los israelitas en Egipto, Dios había vuelto a suscitar el hombre con el que sacudirse al opresor injusto: «Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel».

«Esperábamos...» No hace falta esforzarse mucho para percibir en estas palabras una enorme amargura y una profunda decepción. Había unas expectativas muy concretas que han quedado defraudadas. Estos dos hombres –quizá jóvenes llenos de ilusión por un futuro mejor– han quedado hondamente desilusionados... Se sienten decepcionados por el rabí de Nazaret en quien habían puesto todas sus esperanzas. En efecto, Jesús no ha sido el libertador que ellos esperaban: «Nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron». El contraste entre sus expectativas y el resultado ha sido demasiado brusco: «llevamos ya tres días desde que esto pasó».

La decepción y la amargura son tan profundas que la noticia del sepulcro vacío y de la aparición de los ángeles les resulta imposible de creer. Para ellos la muerte de Jesús es irreversible: «pero a él no le vieron». Por eso regresan a su pueblo y a sus ocupaciones. Quizá un día habían dejado sus cosas y tareas para seguir a Jesús, entusiasmados con Él. Hoy sólo existe el desencanto. Por eso vuelven a lo de antes. Ya no esperan nada. Piensan que no vale la pena volver a ilusionarse. Están de vuelta... La experiencia de los de Emaús es quizá también la nuestra. Nos sentimos decepcionados por la Iglesia, que nos parece que no está a la altura debida. Nos ha defraudado tal grupo o comunidad o tal sacerdote en quien confiábamos. Hay quien siente incluso que le ha fallado el mismo Dios, porque parece que sus hermosas promesas no se cumplen...

A veces hay quien ha experimentado la decepción porque le falló su mejor amigo, o su marido, o su mujer... y ya no se fía de nadie. No quiere por nada en el mundo que le vuelvan a herir. No está dispuesto a sufrir de nuevo el mazazo de la frustración. La decepción es una de las experiencias más duras del ser humano, porque corre el riesgo de destruir algo de lo más grande que hay en él: la esperanza. Y es tanto más dolorosa cuanto más esperábamos o cuanto más importante y sagrado es aquel en quien esperábamos; sobre todo si nos sentimos decepcionados por un sacerdote, o por la Iglesia, o por Dios mismo... Sin embargo, si nos fijamos con atención, Cleofás y su compañero se sienten decepcionados porque han fallado sus expectativas. Las suyas. Jesús no les ha fallado: está vivo y camina con ellos mientras ellos siguen encerrados en su tristeza. Es su mismo abatimiento el que les impide reconocer que todo tenía un sentido.

Jesús mismo tiene que sacudirles para despertar sus mentes embotadas por la desesperanza: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera eso y entrara así en su gloria?» «Era necesario que Cristo padeciera». Lo que constituía el motivo de su decepción concuerda, sin embargo, con los planes del Padre; más aún, es causa de gloria para Cristo y de salvación para ellos... Sus corazones, gélidos por la decepción, empiezan a calentarse. Dirán después: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino...?» La decepción se supera cuando dejamos que Cristo nos explique las Escrituras mientras recorremos el camino de nuestra vida. Sí, aquel sufrimiento era «necesario», es decir, formaba parte de los planes del Padre para mi bien. «Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus justos mandamientos», había exclamado el Salmista (Sal 119,71). Aquella situación negativa tenía sentido...

El secreto está en no encerrarnos en nuestra lógica a ras de tierra y en dejarnos levantar a otra lógica superior. Varios siglos antes de Cristo, Isaías había proclamado de parte de Dios: «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, mis caminos no son vuestros caminos. Como se levanta el cielo sobre la tierra, así mis caminos son más altos que los vuestros, mis pensamientos que vuestros pensamientos» (Is 55,8-9). Lo que constituía motivo de decepción para los de Emaús va a acabar constituyendo motivo de gloria y de salvación para ellos mismos. De hecho, Pablo exclamará: «¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!» (Gal 6,14), porque la cruz es «fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Cor 1,24)

No, Dios no falla nunca. Fallan nuestras expectativas, fracasan nuestros planes, quedan defraudadas nuestras ilusiones. Pero Dios no falla. Ninguna de sus promesas deja de cumplirse (Jos 21,45; 23,14). Por eso, «la esperanza no defrauda» (Rom 5,5). «Los que esperan en el Señor no quedan defraudados» (Sal 25,3) De hecho, los de Emaús comprueban que Jesús, lejos de fallarles, ha colmado de manera insospechada sus expectativas. Pero, eso sí, de otro modo muy distinto al que ellos esperaban. Por eso, a pesar de lo tardío de la hora y del cansancio del camino de ida, emprenden inmediatamente el camino de regreso a Jerusalén para hacer partícipes a los demás de su gozo. En cierto modo es inevitable que surjan decepciones en nuestra vida. El secreto está en que no nos encerremos en la amargura que ellas producen. Si dejamos a Jesús Resucitado caminar con nosotros, Él mimo nos explicará las Escrituras, hará arder nuestro corazón y sanará la herida de la decepción. Entenderemos que «era necesario», que «tenía sentido», que «los planes de Dios no eran los nuestros»... Entonces sentiremos que la esperanza brota de nuevo en nosotros y nos inunda la alegría. Y correremos a hacer partícipes de ella a los demás...

(Texto bíblico: Lc 24,13-35)

martes, 15 de junio de 2010

El Pou de Siquem





El Pou de Siquem” es una iniciativa que nace de la ilusión de tres cristianos de a pie que quieren hacer “algo más” por la Iglesia, con la vocación de dar servicio a todo el que busque cualquier cosa de temática religiosa y, como no podía ser de otra manera, a toda la comunidad cristiana, en especial a los miembros de nuestra diócesis, tanto a sacerdotes, consagrados, catequistas como a laicos de todos los movimientos.

Como el pozo del Evangelio, queremos que “El Pou de Siquem” sea un lugar de encuentro donde se hable, se reflexione y se viva, además de pasar un rato agradable, y todos tengan la oportunidad de mostrar sus dones y, en definitiva la riqueza del ser humano. Inspirados en ese encuentro de tan hondo simbolismo, nos ponemos al servicio de todo el que venga para ser “manantial de agua viva”.

En nuestro establecimiento podrá encontrar todo lo necesario para vivir, madurar y celebrar la fe en cualquier ocasión, ya sea en el templo, en la catequesis, o fuera de ellos.

www.elpoudesiquem.com

viernes, 11 de junio de 2010

Personajes Biblicos: «Ese hombre eres tú»


Cada semana nos acompañara un texto bíblico actualizado a nuestra realidad concreta.
La Palabra de Dios no son relatos pasados o trasnoschados. Es nuestra historia real en nuestro hoy concreto. Se dirige a mi, "en primera persona" y desde ahi dejemos que ilumine nuestras vidas.

AUTOR: JULIO ALONSO AMPUERO



EL HOMBRE QUE LUCHÓ CON DIOS

Hay un rasgo que llama la atención en la cultura occidental contemporánea: considerar a Dios como enemigo del hombre. En muchos casos no se afirma expresamente. Pero existe la idea difusa de que Dios limita la libertad y las posibilidades de realización del hombre.

Por otra parte, en los mismos creyentes se da una reacción sorprendente: una especie de resistencia sorda a Dios, inconsciente unas veces, consciente otras. Con frecuencia surge un cierto miedo a Dios, a sus planes, a lo que pueda pedirnos...

En la Biblia nos ha quedado el relato misterioso de un hombre que luchó con Dios (Gen 32,23-32). Jacob es testigo singular de este combate que todo hombre, antes o después, libra con Dios.

Jacob lucha en la soledad. El combate tiene lugar cuando ha hecho pasar a sus dos mujeres, a sus dos siervas y a sus once hijos. Siempre hay un momento en que el hombre se queda solo. Los demás pueden ayudarnos en algunas cosas y hasta cierto punto. Pero hay momentos en que uno se encuentra solo ante Dios. Suele ser la hora de la verdad, cuando de nada sirve la buena fama, ni los aplausos, ni el afecto, ni la estima de los demás. Hay batallas que nadie puede librar por nosotros. Nuestra libertad depende de nosotros en exclusiva, y a nosotros toca decidir a quién la entregamos.

Más aún, la lucha acontece cuando Jacob se encuentra despojado de todo: «hizo pasar todo lo que tenía». Muchas veces las cosas, las tareas, nos entretienen y nos distraen de lo esencial. Pero antes o después llega el momento en que todo desencanta, en que descubrimos el aspecto decepcionante de todo: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad» (Qo 1,2). Entonces surge la lucha. Pero sólo en esa dolorosa soledad y decepción podemos descubrir la verdad de nosotros mismos, de las cosas y tareas, y de Dios.

Todo el combate tiene lugar de noche. Lo queramos o no, mientras estamos en este mundo permanecemos en la noche de la fe. Una fe que a veces se hará luminosa, pero otras se tornará terriblemente oscura. Es el hecho de no saber, de no controlar, de no tener pleno dominio sobre nuestra vida. Y nuestra razón se rebela, porque quiere ver, quiere saber, quiere controlar.

Se pelea con Dios, pero su rostro no se ve. Y cuando Jacob le pide que le diga su nombre, que le manifieste quién es, Dios se niega. El misterio de Dios nos sobrepasa. El misterio de Dios es inviolable. No podemos controlar a Dios. Y esto nos molesta.

El combate dura hasta rayar el alba. Hay momentos más intensos de esta lucha, pero en cierto sentido dura toda nuestra vida. Sólo cuando raya el alba de la eternidad el combate cesa. Mientras permanecemos en la noche de este mundo hay combate. Ignorarlo es engañarnos a nosotros mismos. Sólo en el cara a cara del cielo no habrá lucha. Dios nos poseerá y nosotros le poseeremos. Y en eso residirá nuestro gozo.

Jacob se resiste. No se entrega. Y el relato nos dice que «el otro» tuvo que recurrir a una estrategia: «le tocó en la articulación femoral, y se dislocó el fémur de Jacob». Dios está dispuesto a vencer a toda costa. «Descoloca» al hombre hasta que se rinde del todo. Derrumba nuestras falsas seguridades, nos abaja de nuestras vanidades, para ponernos en verdad.

Esto se ve también cuando Dios le pregunta su nombre. En cierto modo le fuerza a reconocer su nombre, es decir, su identidad: Jacob quiere decir «el suplantador» (Gen 25,26; 27,36). Con ello, Dios provoca la confesión de su pecado. Así le pone en verdad.

Sólo cuando ha reconocido su pecado, Dios le dice: «ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado contra Dios y contra los hombres, y has vencido». Dios le cambia el nombre. Israel significa: «Dios se muestra fuerte». En el valle de Yabboq ha quedado enterrado el «estafador embustero» y ha surgido un hombre nuevo marcado por el signo del poder de Dios.

¿Quién ha vencido en este combate? El texto es paradójico. Nos dice que Jacob ha vencido a Dios. Y eso precisamente cuando queda cojeando y se ha puesto al desnudo su pecado. En realidad, Jacob vence cuando se deja vencer por Dios. La victoria de Dios es en realidad en nuestro favor. Parece que lucha contra nosotros, que es nuestro enemigo, que nos avasalla y nos coarta la libertad. Pero la verdad es muy distinta: Dios lucha en nuestro favor. Y cuando nos rendimos libremente a su amor experimentamos la libertad y la plenitud.

Sí, Dios se ha mostrado fuerte haciendo vencer a Jacob su mentira, su oscuridad, sus falsas pretensiones. Cuando Jacob ha aceptado a Dios, cuando ha dejado a Dios ser Dios en su vida, entonces la lucha termina. Y Jacob continúa su camino convertido en un hombre nuevo. Prosigue su peregrinación transformado por el poder de Dios. Ha terminado la lucha y sigue adelante mientras sale el sol…

Entendemos ahora el sentido de este combate. Desde que Adán y Eva pretendieron «ser como Dios» (Gen 3,5), el hombre siente a Dios como su rival. Tiene la impresión de que le impide ser él mismo y alcanzar su propia plenitud. Por eso lucha contra Dios. Se rebela contra sus planes.

También Dios lucha contra el hombre. Precisamente porque le ama, está empeñado en derribarle de su mentira, de su absurda pretensión de ser como Dios. Y se sirve de cualquier medio o circunstancia para que el hombre baje de su pedestal. Un fracaso, una enfermedad, cualquier experiencia de debilidad es buena para situarle en la verdad.

Y entonces ocurre el milagro. Dios se deja vencer por aquel que a su vez se rinde ante Dios. «Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes» (1Pe 5,5). Nos derriba para levantarnos, nos humilla para enaltecernos (Lc 1,52; 18,14). Sólo el humilde vence a Dios. Sólo de los pobres es el Reino de los cielos (Mt 5,3; Lc 6,24). Sólo cuando Jacob se deja vencer por Dios, Dios le bendice. Y continúa su camino cojeando, pues ha quedado situado en humildad. Pero ya no le importan sus heridas, ni que se descubra su debilidad. Ahora proclama dichoso: «He visto a Dios cara a cara y tengo la vida salva».

(Texto bíblico: Gen 32,23-32)

Fiesta de Santa Mª Rosa Molas


Desde este medio queremos hacer llegar nuestra felicitación a toda la familia Consolacionista en esta fiesta de Santa Mª Rosa Molas. Nos unimos desde la oración. ¡Felicidades!