sábado, 20 de noviembre de 2010

MÁS SOBRE LA LITURGIA: LA EUCARISTÍA

GABRIEL Mª OTALORA
Cuando el Concilio Vaticano II aprobó la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, se inició la más importante reforma litúrgica de la historia de la Iglesia, que incorporaba un modelo de comunión y participación muy diferente a lo que estaba en vigor. Aun así, desde entonces ha llovido mucho, lo suficiente para observar cuánto nos queda para vivir intensamente la celebración cristiana con el objetivo de que la vida litúrgica enganche con la vida misma.
¿Hasta cuando los fieles vamos a participar como espectadores pasivos? La sacramentalidad de la celebración se nutre de signos: gestos, elementos, movimientos, cantos lenguaje y silencios; cosas como el pan, el vino, el agua, el fuego son los símbolos que hablan de una experiencia de fe concreta en Cristo. Son expresiones y medios que pretenden un lenguaje común que llegue al hombre y a la mujer de nuestro tiempo.
Leo que el Obispo Pere Tena (hasta hace poco obispo auxiliar de Barcelona y experto en liturgia) afirmaba que la liturgia debe ser desinteresada, gratuita, contemplativa e inculturizada para quese respire la comunión de la asamblea como Iglesia reunida alrededor de su Señor”. Una celebración que transparenta la gloria de Dios, que confiesa su fe en la Iglesia y se deja guiar por el Espíritu, para glorificar de forma compartida a Jesucristo en los cantos, en las palabras, en los silencios.
Pero si echamos un vistazo a las reglas establecidas por Roma (2004) en la InstrucciónRedemptionis Sacramentum (2004), podemos observar la poca relevancia que tiene la vivencia en el sentido que acabamos de comentar en favor de un formalismo y una normas obligatorias muy rígidas, como si el cumplimiento de las mismas fuesen la garantía de una celebración comunitaria y participada con gozo.
Dicha directriz (2004) habla de que los fieles tienen derecho a que la autoridad eclesiástica regule la sagrada Liturgia “de forma plena y eficaz” ¿A qué se refiere? Porque se vuelve a permitir el latín en la misa y con el cura de espaldas a los fieles… ¿Alguien se imagina celebrar un ágape de unas bodas de plata de espaldas a la familia y los amigos? ¿A Jesús de Nazareth compartiendo con sus discípulos y discípulas la Última Cena de espaldas, sin utilizar su lengua aramea?
Los signos externos ganan a los signos internos, vivenciales; hay que esperar a celebraciones “especiales” para poder degustar eucaristías más compartidas, más en clave de “la cena del Señor” donde el celebrante no acapara los rezos y no hay casi espacio para la espontaneidad, tan importante en cualquier manifestación sentida y vivida de fe. Somos una comunidad y no se puede hacer comunidad desde los silencios reverenciales. El respeto no está en el miedo ni en las formas más propias de comportarse ante un monarca que ante un Dios Padre y Madre que quiere que se manifieste y se reproduzca su amor desbordante para compartirlo con los demás. Jesús no se comportó así en una sociedad totalmente jerarquizada y estricta, mucho más que la nuestra, sino que “transgredió” las formas establecidas con el objetivo de acercarse e inocular su amor gozoso a sus coetáneos.
Pero estamos donde estamos, veintiún siglos después. Y lo que prepara Cañizares en materia de sacramentos parece claramente preconciliar
Eclesalia.net

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